Cuento

Tienda Secreta

Escena 1. Exterior. Atardecer. Un Joven camina por calles arboladas. Recorre las calles mientras se dirige a la puerta de la tienda secreta. La voz en off es la del joven. La mecánica de la voz es un narrador por encima de las escenas donde los personajes hablan y él por encima. Esta mecánica está generada para mantener la idea de «magia» de todo el guión.

VOZ EN OFF

La magia existe. Quien quiera creerlo puede creerlo y quien reniegue de la idea debe recordar que muchos creen en lo que quieran como quieran. En fin, la magia; para mi, existe sin dudas ni cuestionamiento. Este conocimiento, lo adquirí, en una tienda. No lo compre en una tienda cualquiera. Lo conseguí en, una tienda mágica.

No es una tienda cualquiera, esta tienda; existe en varios lugares al mismo tiempo. Para ser precisos, se mueve sin moverse. Si son de esas personas escépticas, puedo brindarles una respuesta científica. Es una tienda mágica.

Por mas que busquen, no pueden encontrarla por que es ella quien lo encuentra. Es secreta después de todo.

Se preguntan como conozco, su existencia. Yo un día la encontré. O me encontró, para ser más preciso.

Habitualmente, para estirar los pies y disfrutar del aire fresco de la noche usaba un camino diferente de la estación de subte a mi casa. Este camino era más largo, pasaba por calles arboladas, silenciosas y pasajes angostos. Andas por aqui, me tranquilizaba. Una de estas tardes, de regreso después de un día malo di con la puerta roja, con el cartel.

Escena 2. Exterior Puerta. La puerta y el cartel de una tienda de antiguedades. El joven se para dentro, mira y decide entrar con cierta cautela.

VOZ EN OFF

«Antiguedades, La tienda secreta»

La puerta parecía siempre haber estado ahí. Varias veces había pasado, ninguna la había visto. Siempre lo viejo, llamó mi atención. Las tiendas de antigüedades espacialmente son un museo donde el tiempo se impregna sobre los objetos brindándoles un estigma.

Escena 3. Interior. Puerta. En la puerta el joven entra. Se dirige al mostrador. Pasa a través de diferentes antigüedades. El negocio parece esta atiborrado, un laberinto de cosas viejas que parecen no tener valor alguno.

VOZ EN OFF

Entré. Una campanilla sonó. Del fondo escuché alguien que decía, el dueño claro está; «Bienvenido. Buenos días, buenas tardes y buenas noches». Busqué sin éxito. La voz venía de cualquier lugar o ningún lugar. Dije para ver si se mostraba quien tenía que mostrarse «Buenas tardes».

Escena4. Mostrador. El mostrador se encuentra vacío y el dueño se encuentra en el comienzo de la escena por detras. La idea de barco o lleno de cosas tiene que estar presente.

VOZ EN OFF

Detrás del mostrador se asomó una nariz y dijo: «Ya dijé buenas tardes y todas las buenas que se pueden decir. Tambien le brinde la bienvenida, por si quiere venir y si se quiere ir. Bueno, me guardo el adiós para el final. Doctor Von Hanz Herbert a su servicio, letrado, anticuarios, entomólogo, biólogo y (si el buen tiempo me lo permite) jugador semi profesional de damas.»

Superado el susto de verlo saltar detrás del mostrador dije: «Solo estoy viendo»

El se bajó los anteojos intentando mirarme directamente. «No le pregunté qué está haciendo» dijo un poco consternado.

«Solo pasaba por aca y nunca había visto la tienda. Solo quería mirar. Prometo no tocar nada» conteste casi como defendiendome.

«Si si. Mire lo que quiera mirar, toque lo que quiera tocar. Si mira, puede tocar y si toca tiene que mirar. No quiero que ande tocando sin mirar.». Lo dijo rápido, tan rápido que me perdió. No sabía cómo seguir o a dónde ir.

«No se asuste» dijo mientras me tomaba del brazo. «Si teme el confín de oportunidades tal vez quiera una visita guiada. Sin embargo algo me hace creer que vino especialmente por un objeto. Estuvo alardeando hace un tiempo con los otros, por la noche piensa que no escucho pero en fin. Creo saber a donde nos dirigimos».

Solo existe una respuesta para tal tipo de afronta. «Bueno»

Escena 5. Pasillos. El dueño y él pasan a la trastienda, la parte de atrás del negocio. Esto puede ser un pasillo lleno de antigüedades y cosas tiradas en este pasillo. Sin importar tanto la exhibición. Parece más un depósito. El dueño habla continuamente mientras el joven mira por los lados diferentes cosas.

VOZ EN OFF

«Sigame y trate de no perderse. Es pequeño el negocio, pero grande de corazón y en el fondo es bueno; delante no tanto. Aunque hay un poco de fondo en lo bueno más tanto delante.» El dueño de la tienda me indicó el camino.

Caminamos un tanto por pasillos atiborrados. Orden desordenado sería la mejor definición al caos dispuesto.

Pasamos cerca de un martillo ordinario de carpintero sobre un atrio demasiado suntuoso y no pude contenerme, dije «¿Tan importante puede ser un martillo viejo?»

«Es un martillo famoso, de nombre complicado; Mjölnir»

«Ese es el martillo de Thor» contesté con tono de broma

«¿Lo conoció? Dios que hombre tan desagradable y falto de modales. Un desagradable realmente. Es por acá no hay por qué perder tiempo»

«Se puede saber por qué Thor se le ocurrió darle su martillo» contesté siguiéndole la broma.

Con un tono de voz normal contestó «Al igual que conseguí el plano del caballo de troya. Entró una persona y me lo vendió. Sin más. Hay veces que recorro algunos bazares, subastas pero es lo raro. Casi siempre, viene alguien y me ofrece vendérmelo por un precio.»

Tomé un frasco

«No lo deje caer o nos volvemos locos»

«¿Que es?» ya había pasado los umbrales de la sorpresa.

«El grito de una banshee» dijo restándole importancia.

«Bien» dije.

«Una vieja novia mía era irlandesa… dios… lo bueno y lo malo puede venir de la mano.» El dueño era todo un personaje.

«Falta que me diga que tiene los clavos de la cruz de cristo o la lanza de longinus o el santo grial» lo reté a un duelo de cuentos.

«No no y no.» contestó rápido para continuar «Esas cosas no las tengo. Casi siempre con las cosas de Jehová no me meto, casi siempre pasa que viene y me dice algo como «Dr Von H tiene algo que nos pertenece por derecho» y yo tengo que decir «Su santidad el derecho es pagar y no mendigar». Después el empieza hablar de las cuentas, su banco, las nuevas ideas y esas cosas. Paga, mal pero paga. Es un buen cliente. Del grial ni hablemos, siempre vuelve y siempre viene Galahad a buscarlo. Pobre muchacho, es un despistado.» hizo un gesto de desdén cansado de tanto hablar.

«Una suerte que no tenga las barbas de mahoma… eso sería explosivo» No podía tener más ironía en mi voz.

El dueño de la tienda me miró seriamente y me dijo: «Las barbas no, pero si su prepucio. Llegamos»

«A dónde» pregunté.

«Lo que estábamos buscando. Por supuesto» y abrió la puerta. Entré sin más a una luz cegadora.

Escena 6. HABITACIÓN. En una pieza cerrada sobre una mesa pequeña se encuentra algo tapado por un lienzo.

VOZ EN OFF

«Aquí estamos» dijo el dueño mientras señalaba la mesa.

«No entiendo» dije porque no entendía. El tipo era raro pero más raro era yo que le seguía la locura.

«No se haga el tonto. Ambos sabemos por qué está aquí. Es por ella. Sin ella, no estaría aquí, no habría caminado por donde camino y no tendría el corazón destruido. Dijo que no…»

«Ella dijo de que no» mi voz no sonaba como mi voz.

Escena 7. HABITACIÓN. Mañana. Entre sábanas el y ella.

Esa mañana me había despertado como toda las mañanas, abrazado a ella. Le dije que la amaba, ella me besó; le pedí que se quedara. Ella habló sobre nuestras responsabilidades, ella tenía una clase y yo el trabajo. Le volvía a pedir que se quedara para siempre. Ella dijo que no, tenía un sueño; su sueño era viajar y ver el mundo. Su vuelo partía a Berlín mañana a la mañana, solo un vuelo de ida.

Escena 8. VOLVEMOS A LA PIEZA.

«Esta es la llave de su corazón» dijo el dueño destapando una pequeña llave y continuó. «Con esta llave podrá abrir su corazón, tener la posibilidad que lo quiera y pueda llegar a ella. Quien tenga esta llave es dueño de su corazón, del corazón de ella.»

Me quedé en silencio. La amo me dije. Es todo para mi. Dos almas gemelas. Ella me entiende, me completa, me convierte en alguien mejor. También me hace enojar, reír, llorar, amar… sentir. Con ella estoy vivo.

El

«Cuánto cuesta? No tengo nada que valga tanto.

Dueño

En tu bolsillo, tu abuelo te dejó una moneda de recuerdo. Eso alcanza.»

El saca una moneda de plata, una moneda grande y vieja
Voz en off

Tomé la moneda entre mis manos. Era solo una herencia, algo que habían dejado atrás y llegó a mi.

Con su corazón podría quedarse, sería mía por siempre. La respuesta era fácil, era simple.

El

«No gracias. Me sentiría mal. Me siento mal ahora, no me mal interprete pero tener la llave de su corazón, obligarla a quedarse por mi. Es egoísta. No podría hacérselo nunca, jamás. Lo siento. No hay trato.»

Dueño

«Una lástima. Era un lindo corazón.»

El

«Si, lo es. Mejor me retiro, se hace tarde y prefiero… Me voy mejor»

Escena 7. Exterior. Puerta. El dueño adentro sostiene la puerta y el afuera.

Voz en Off

En la puerta él me saludó. Algo no pudo más, la curiosidad es un gusano insidioso en el corazón de un hombre, puede desembocar a la demencia.

«Que es la moneda? Solo es una moneda que era de mi abuelo y me la regaló cuando era un niño. Tenía diez, no se… Es una moneda»

«No todos los días se tiene la luna.» contestó con una sonrisa.

Escena 8 . En el departamento. La ventana abierta se ve la luna. En un sillón él y ella se encuentran sentados. Claramente un ambiente romántico, velas, vino, platos con algunos restos de comida. Detrás del sillón se ve la noche, la luna llena.

El

¿Querés la luna? Te bajo la luna. Las estrellas no, porque son muy muy muchas. Y tanto no valés.

Ella

Si como no. Bajá la luna.

El

Bien. Mirá… Subimos aquí y…

Un juego de manos y muestra la mano. Hizo un juego con la moneda y pareció como si bajara la luna.

Ella

¿Como hiciste eso?

El

Magia

Estándar
Cuento

Cara o seca

La suerte es una amante celosa pero de pasiones inagotables para aquellos osados que viven prendidos a los aromas de su lecho. Existe un pensamiento general, disperso entre todos los hombres; la irrefutable idea subconsciente de la existencia de la suerte. Claramente se puede decir, afirmar a medias, que la suerte, tanto buena como mala; existe. Todos tuvimos días gloriosos donde los astros nos sonreían, hasta lo más insólito salió a pedir de boca y la lógica no parecía tener espacio en el entramado metafísico. La otra cara, lo opuesto; también lo hemos sufrido en esos días nefastos donde todo se retuerce de modos inconexos. La sal y la azúcar no comparten mesa sin chistar, con la suerte no pasa igual. Los dos tipos de suerte, viven y conviven como viejas amigas sin mayores problemas. Solo son los dulces besos o amargo desprecio de la enarbolada dama suerte. Podemos encontrar hombres que reniegan de dios otros que viven en la idea de la divinidad con ardiente fervor; pero todos los hombres creen en ella.

O mujeres. Dora era una mujer. No como cualquier mujer, en realidad era una joven peleada con la vida y ,sin saberlo, próximo a pelearse con su suerte.

La mañana la despertó como siempre la despertaba, de a golpes. El despertador chilló agonizante. Tenía un viejo reloj de la infancia, un gato con ojo por péndulo. Un lado, un poco de vida; el otro y otro poco de vida. Los golpes, el tiempo y principalmente la mudanza de la casa de sus padres le cambió la voz. Su campanilla agónica era un murmullo. Dora había intentado probar con otros, pero la familiaridad de ese sonido infantil tenía todavía su magia.

Estiró la mano, el primer intento golpeó unos libros polvorientos. El segundo intento tuvo un poco más de suerte, o no tanta. El envión la tiró al piso, las sábanas se le enrollaron en las piernas, los ojos se abrieron de par en par con la sensación de la caída e inminente golpe. Causa y consecuencia, golpe y dolor de cabeza. Como un pez fuera del agua se peleaba con las sábanas, intentaba escapar de su presa mientras su mano identificaba el daño.

Se arrastró unos primeros pasos por el suelo, hasta alcanzar el marco de la puerta que daba al baño. Llegó a la llave de luz, la accionó; un destello marcó el fin de otro foquito de luz. Dora permaneció con la espalda contra la pared. Sentada miraba la escena; intentaba volver al mundo de los vivos. La habitación era pequeña, una puerta al baño y otra a la cocina; eso era todo el departamento, todo lo que su sueldo de secretaria podía costear. Sabía que el departamento era viejo, casi de mediados de siglo, una reliquia. Su padre le había advertido de su estado lamentable, pero su amor por lo viejo venció.

Tenía solo veinte minutos para bañarse, desayunar y llegar al trabajo. Veinte minutos, pensó. Hacer en veinte minutos una tarea que habitualmente es de una hora. Imposible.

La urgencia la pincho como un alfiler. Se levanto apurada, se metió al baño y prendió el agua de la ducha. Los caños produjeron en sonido típico de la proximidad del agua, solo debía esperar unos minutos mientras se abrían camino por las venas sarrosas de las paredes. Tenía tiempo de calentar un poco de agua, un café instantáneo. Corrió a la segunda puerta, buscó la pava y la llenó de agua.

Mientras esperaba que el agua saliera, costumbre y tiempos que se meten bajo la piel después de vivir un año bajo ese techo ruinoso; buscó los fósforos. Solo dos, suficientes. Accionó la perilla de la cocina. Primer fósforo, la punta salió disparada al confín de posibilidades escondidas detrás de la heladera. El segundo, el último; era el indicado. Prestó atención a la tarea, lo miró fijamente. Despacio y con cuidado lo raspó. Chispa, fuego y el olor a azufre. Acercó la llama, el gas libre decidió que quería darle un susto; un ruido estruendoso, una llamarada. Dió un salto, se llevó la mano al pecho ante la necesidad de detener la fuga de su corazón. La pava, como era de esperase rebasaba. Apurada la sacó del chorro de agua y la dejó sobre el fuego. Miró la situación, había fuego y agua. Todo marchaba sobre ruedas, faltaba el polvo marrón que llamaba café y la taza. De parejas se trataba, unir pareja con pareja para que todo quedara bien. Una taza vieja mostraba su figura sensual, lavarla o no lavarla esa era la cuestión. El tiempo apremiaba, la mojó un poco y como quien sopla algo que cae al suelo esperó que la acción sin sentido tuviera un sentido dentro de la opción.

En la repisa sobre la cocina la miraba fijamente una señora demasiado sonriente que invitaba a los placeres de un buen café. Dora tomó el recipiente, la repisa perdió el balance , o mejor dicho un tornillo, y todo fue a parar al piso. No importa, despues lo ordenó cuando llegue destruida del trabajo, pensó. Peleó un poco con la tapa, no tanto; entonces descubrió la falta de una cuchara. No importó, tiró a ojo. Sería mejor calcular con la muñeca. Se dió cuenta que tiró de más pero en el fondo lo prefería fuerte.

Se detuvo un momento, sintió que algo faltaba. Claramente faltaba azúcar, no tenía; había olvidado comprarla. No era eso, era otra cosa. Era un ruido, ese tipo de orquesta que acompaña de fondo toda casa.

El murmullo de la heladera, estaba. <el traqueteo del 92 esquivando baches, estaba. El calefón. Miró preocupada; no había llamita. Se llevó la mano a la cara, ocultó su rostro de dolor para no herir los sentimientos del viejo “orbis”. Todos sabemos que no había más fósforos, pero no importaba. Tratar de prenderlo era como levantar a Lázaro. Se necesitaba de un ritual complicado y había llegado al punto de realizarle promesas a santos para no cumplirlas después. Sería una ducha fría.

El agua empezó a hervir, apagó el gas y tiró el agua dentro de la taza. Las magias del universo haría de eso algo que pudiese ingerir. Mientras esperaba que el brebaje terminara de asentarse comenzó a sacarse el pijama. Ella dormía con pijama, no porque de niña la

obligan o porque le gustaban los pijamas. Dora tenía un fetiche medio extraño con el pijama de cuerpo completo que había encontrado en una vieja feria americana. Logró desprenderse de ese pedazo engorroso de tela y se enfrentó al agua.

Todos sabemos que la mejor forma de pelear con una ducha fría es entrar sin dudar y después gritar mientras revoleamos los brazos para todos lados. Algunos grandes pensadores lograron desarrollar las leyes básicas de la ducha fría, enunciaron los beneficios (si es que tiene) y sus perjuicios (hasta el más obvio). Lamentablemente Dora no había encontrado ningún volumen para hojear sobre el tema, ello la llevó a realizar el peor de los errores de la ducha fría; tanteo.

Primero, estiró la mano. Estaba fría. El invierno obliga al agua a permanecer alejada, distante y fría. Probó con el pie. Seguía fría. Muchos creen que al probar con otra parte del cuerpo se va a encontrar el coraje.

Dora se detuvo. Pensó. Levantó el brazo y apoyó su nariz en la axila. Si, apestaba.

Cerró sus ojos y entró. Todos hemos sufrido una ducha fría en algún punto de nuestras vidas, no creo necesario entrar en detalles. Agregaré como comentario al margen que Dora tenía tres hermanos mayores, su vocabulario no era exactamente impoluto. La vecina de arriba, una mujer muy religiosa buscó una medallita de San Cristóbal y la beso pidiendo por el alma de Dorita.

Las duchas frías no sirven. Dorá salió relativamente mojada, pero lejos de estar limpia. Dora se zambulló en su cama, intentó (en vano) arrancarle el poco calor que todavía tenían las sábanas. Se retorció y secó como pudo. Me gustaría decir que salió como una mujer nueva, rejuvenecida. No puedo.

Rebusco en la pila de ropa que todos tenemos sobre una silla. Si no tiene una pila de ropa en algún lugar de su habitación, entonces es una persona muy ordenada o aburrida o un preso. Unos pantalones de vestir, una camisa blanca, una media de cada color y el saco que hacía juego. Se miró, parecía; rescatable. Se puso las zapatillas y limpió las puntas con la parte de atrás de su pantalón, sin testigos no hay crimen. En realidad, Dora como mujer mujer no era mujer. No era de esas chicas que les gustan los vestidos rosas, Dora era de remeras negras con la cara sonriente de Nirvana. Tampoco era de las que usan maquillaje, por suerte genética era aceptable sin pintura. Pero sobre todas las cosas, odiaba los zapatos de vestir; con taco o sin taco. Ella era de zapatillas. Su jefe le perdonaba sus tardanzas y fachas, después de todo el nunca estaba en la oficina y ella se ocupaba realmente de todo el trabajo. Entonces, disfrutaba de algunas pequeñas cosas de la vida, como usar zapatillas. Su madre estaba en contrar, pero estaba lejos. Sin testigos no hay crimen, se dijo.

Dos saltos y estaba ante la taza de café. La ducha le otorgó la sabiduría para abordar a ese brebaje negro. Contuvo la respiración, cerró los ojos y tragó. No vamos hacer chistes sucios sobre el hecho de “tragar” porque distando de ser una señorita era una persona relativamente centrada (o eso se mentía). Un asco. Hizo caras, todas las que un humano puede hacer. Para rematar, sacó la lengua para airear un poco el ambiente.

Unos segundo y no importaba. Dos saltos, tomó del perchero el sobretodo negro. Estaba preparada para los infortunios del destino. Miró de reojo el reloj, solo veinte minutos. Una sonrisa sardónica adornó su rostro.

Abrió la puerta y salió. Podría decirse que casi se llevó puesto de contramano al vecino de enfrente, pero en realidad se lo llevó puesto. Si un fanático del rugby hubiese estado presente para contemplar la escena sus aplausos taparían los quejidos.

-Vecina- dijo desde el piso mientras intentaba correr a Dora de encima

-Señor Gonzales- dijo Dora mientras se incorporaba.

-El señor Gonzales está en su casa. Supongo que papá estará con su mujer nueva.

-Gustavo. Perdón- corrigió Dora.

-¿A dónde va tan temprano?

-Al trabajo- dijo Dora.

-No sabía que trabajaba los sábados.

La palabra sábado hizo eco en le pasillo. Existe la creencia que hay duendes que viven en los palier y pasillos; se sabe a ciencia cierta de su existencia. Este duende en particular dijo “Sábado. Sábado. Sábado”.

Una cosa trajo a la otra. Dora se sintió como una estúpida, su rostro mostró un gesto que Gustavo no puedo distinguir. Hay personas que tienen una peculiaridad, la de Dora era llevar los ojos para atrás cuando descubre sus errores. A Gustavo eso le pareció interesante, algo llamó su atención.

No voy a entrar en detalle, requeriría trabajo. Se puede decir que Gustavo aprovechó para invitarla a desayunar, ella aceptó para disculparse por el golpe. Una cosa llevó a la otra.

La suerte, siempre mezclada; los obligó a encontrarse. Vivieron una vida juntos y dos vidas más. Sus hijos todavía cuentan cómo se conocieron sus padres y nunca pueden esconder su sonrisa.

a la india de Dora

Estándar
Cuento

La Bestia entre las bestias

-Los humanos somos, por naturaleza, seres destructivos. No conocemos la bondad, solo la supervivencia. Sobrevivir no requiere galas u honor, los buenos no superan a los villanos cuando el hambre asecha y la enfermedad es una sombra constante durante los inviernos- dijo Ángel con su mirada perdida en un horizonte imaginario, tal vez en un paisaje perdido en sus recuerdos; remoto pero palpable a los sentidos más agudos.
Buscó un cigarrillo, jugó con el entre sus dedos; lo golpeaba de dos en dos sobre su encendedor rallado. Ángel era un filosofo de zapatillas, un hombre brillante con la iluminación brindada solo por las noches de faldas y licor. Al prender el cigarrillo su rostro se iluminó, un sonrisa burlona y su mirada fija, como un depredador buscaba hacer mellas en mi; saboreada esa extraña sensación que siempre me acompañaba cuando hablábamos, esa admiración y desprecio. Lo admiraba por su sagacidad, como una mezcla entre hombre de letras con delincuente de prontuario poblado. Le dio una pitada al cigarrillo, como un beso repleto de pasión de dos amantes que sus pieles se recuerdan pero no pueden probar la carne.
-Nos salva nuestra lógica, nuestro conocimiento del mundo, nuestro conocimiento de nuestra propia fútil vida. No somos mejores a las bestias, algunos dicen por ahí que evolucionamos, pero no creo en eso. Decirnos mejores a ellos solo salva a unos pocos de sentirse mejor cuando caminan por la calle. Mejores o peores, bueno o malo solo es cuestión de perspectivas.
Buscó con sus dedos el vaso en el medio de la mesa mientras dejaba caer las cenizas al piso; buscó a tientas para descubrirlo vacio. Con solo un gesto le marcó a la barra que mandara más combustible para mantenerse alerta, lejos de toda realidad. No recuerdo verlo sobrio pero tampoco lo recuerdo ebrio.
– Dios o buda o la nada, las creencias pierden peso cuando de naturaleza se habla. No hay nada que realmente importe más allá de las palabras cuando del hombre se trata. La existencia o inexistencia de dios pierde importancia cuando de los hombres hablamos. Si las palabras van y vienen, poco tiene que ver y mucho menos la verdad sobre todas la mentiras relatadas en los tiempos. Los hombres son hombre, el único ser en el tierra con el conocimiento de su propia mortalidad. Imagina un cueva, vistes solo lo que necesitas, las pieles de lo que cazas te mantienen vivo durante los invierno, la carne llena las tripas y la excitación de la caza obliga a bombear sangre al corazón. Una vida simple, un ser simple. Un día a la vez, solo un día; cazar y dormir para volver a repetir el ciclo. Veamos al hombre hoy, despierta, trabaja y vuelve a dormir para volver a comenzar el ciclo. Cambiamos los nombre, cambiamos las caras y los paisajes; la ciencia nos permite estar un paso delante. El conocimiento compartido, sumado sobre conocimiento, nos mantiene en la luz; pero todo ese conocimiento solo nos empuja por una sendero sin sentido ni camino. El hombre sigue siendo el hombre, sigue en naturaleza por el camino de la autodestrucción. Durante años el hombre destruye al hombre, no por hambre solo por recursos. Antes hombres se mataban con palos por un coto de caza. Hoy, hombres detonan bombas sobre cabezas enemigas para poder acceso a un poco de petroleo para poder venderlo a otros hombres. La muerte, nuestro conocimiento superior sobre el resto de los seres, nuestra propia conciencia de nuestra efímera existencia sobre este pedazo de tierra sigue siendo una amenaza sobre nosotros.
– Los medios bombardean nuestro sentidos hasta adormecerlos con la esperanza de vendernos cosas que no necesitamos. Mientras navegamos esos mares tempestuosos debemos vivir conscientes de nuestra propia muerte, buscando sobrevivir día a día problemas inexistentes. La vida solo se complicó al punto donde nadie entiende exactamente cual es el verdadero peligro. Antes era una manda de lobo que podría desgarrar nuestro cuerpo y devorarnos vivos o la impiedad de otro hombre portando una piedra con la intención de descargar todas su ira sobre nuestro cráneo. Pero hoy, todo es difuso; detrás de una neblina esconden peligros que existen. Nuestra existencia esta obligada por la existencia misma, la iglesia nos dijo que el suicidio no es bueno; es propio de los pocos valientes, ningún noble le interesa tener a los lacayos matándose en grupos por los pesares que le obligó a vivir. Realmente importa si alguien se muere o no; la verdad es que no. Nadie es el portador de la verdad o de la existencia del universo; cuando un hombre muere todo sigue. Su nombre aparece en un mármol tallado bajo un epitafio si tiene suerte. Si tiene mucha suerte su rostro aparece en alguna estatua donde lo montan sobre ideas que no compartía, por ahí en una remera que venden en la calle sobre una manta. Las cosas viajan montadas sobre el billete, sobre el oro; todo tiene un valor. Cuanto vale la hora hombre, cuando vale respirar; ese cuadro vale tanta pila de millones y esa otra solo esta en un plaza esperando que alguien se atreva darle un billete arrugado al artista.
Hizo una pausa, la señorita de faldas cortas con el afán de engordar propina y obligar a mirarla se acercó con vaso medio lleno o medio vacío con dos hielos. En su interior un liquido amarillento de espirituoso aroma. Ángel estiró sus dedos casi desesperado, se aferraron al vaso y una sonrisa. Las luces del bares eran tenues, la mesa lejos del ajetreo, en el rincón más tranquilo y cálido, era el habitual espacio donde Angelito mantenía a base de costumbre.
Saqué dinero, se lo acerqué a la camarera con la esperanza que nos dejara solos nuevamente mientras con un gesto de desagrado para ambos nos lleno de escarcha el pelo. Nos sacudimos el frío mientras mirabas el hipnotizante andar de la yegua.
-En resumidas cuentas, nos sacaríamos lo ojos los unos a los otros sin que nuestro pulso temblara. No sería la gran cosa, lo hacemos todos los días detrás de un telón de posibilidades. No hay bondad, no hay orden ni entropía, solo caos sobre caos en capas fluctuantes. Los hombres morirán. Puede ser una peste, una bomba o un pedazo de piedra. No habrá culpables, no habrá nadie a quien culpar o nadie que culpe. Espero poder ver ese día, pero mi cuerpo atentará contra mi persona. Cada día que pasa solo me arrastra a la tumba. Sin embargo un hombre puede soñar. Seré inmortal hasta que demuestre lo contrario.
-Apenas si el invierno tocó tu cuerpo. Eres un joven, un espíritu joven; eso me agrada- me dijo serio sosteniéndome la mirada.
Ángel apuró el trago, un gesto de placer se dibujo en su rostro; mató el cigarro en el cenicero de chapa con una marca indistinguible oculta tras años de abuso. Una leve estela de humo cubría su rostro, pero no podía ocultar su mueca burlesca. Se levantó, apoyó su mano sobre mi hombre con gentileza buscando compartir su pobre empatía, apretó fuerte y dijo: «Hay muchas formas de ver, pero la demencia es la verdad. La mentira se vuelve verdad si te la repiten. La peor de las mentiras es creer que el hombre no es un ser digno de existencia.»
Caminó. Sus pies parecían no tocar el suelo; flotaba sobre nosotros sin conocer la suciedad.
Tres años después me enteré que la cirrosis terminó con su brillante luz, sentí que la oscuridad se cerraba; trataba de ahorcarme. Mis labios dibujaron palabras, mi voz no era mía; era la voz de un hombre en el rincón de un bar con el aliento a pucho y la mente empapelada de blanca divinidad.

«Todos aman la vida por que es una dulce mentira. Mientras que la muerte es una verdad amarga.»

Estándar
Cuento

Visita al médico

-Mire doctor. El problema no soy yo lo tiene mi vecino- dijo consternada Claudia con la mejor cara de preocupación que sus capacidades histriónicas le permitieron conjurar.

El consultorio era como todo consultorio, la idea del consultorio. Se podría decir que esa pequeña habitación, con la camilla negra, su balanza, los cuadritos de letras imposibles de leer y la biblioteca de libros gordos; era un espacio arrancado del consciente colectivo. Si todas las mentes de los humanos pensaran en un consultorio médico sería esa habitación. Como cereza estaba la secretaria huraña con lentes de culo de botella y mirada de búho en la sala de espera totalmente obnubilada en una novela romantica, “Pasiones de arrabal”; la portada insinuaba su contenido. Una morocha de labios rojos, se arrojaba suplicante al pecho de un tanguero típico con mezcla de Delfino y De Caro.

-No entiendo por que vino a la consulta- dijo el médico sorprendido mientras intentaba leer en el rostro de la rubia oxigenada sus intenciones. El Dr. Mendizabal pensaba “Debería derivarla a un psiquiatra, pero no creo que la Dra. Medina acepte locas de remate. A ella le da mejor las cosas que no están para la eutanasia.”

-Le dije doctor, no puedo dormir por la noches porque el vecino hace mucho ruido. No es el vecino lo que me despierta, es el ruido de su cama que amerita un descanso. Consiguió una novia nueva, una cualquiera de esas que seguramente son de bajos recursos; se le ve en la piel. No es que esté diciendo algo malo, no crea que soy xenófoba; después de todo la señora que me viene a limpiar, creo que se llama Hernestina o Ruperta, es de bajo recursos y yo la quiero mucho; la tengo desde que era chiquita. Hasta podría decir que es de la familia. Pompón, mi caniche blanco, la quiere muchísimo y puedo confiar en su juicio, a él no le gusta la gente mal.

El Dr. Mendizabal se atusó el bigote y acomodó los lentes.

-¿Que quiere que- el doctor no terminó la frase porque no sabía qué decir y por que la vieja le corto la inspiración.

-Necesito dormir, es muy importante para una persona como yo. Tengo muchos años, a mis setenta y seis años; el descanso es importante, casi fundamental. Desde hace dos días no pego un ojo. Si estuviera vivo mi Juan Carlos, él se ocuparía. Subiría al piso de arriba, golpearía las puertas y lo agarra de la solapa a ese relajado que tengo por vecino. Todo estaría resuelto. Lo peor de todo, es que se ríen a cualquier hora; como si fuera una fiesta. No tienen respeto por los vecinos. Traté de hablar con el consorcio, pero no hacen nada. Estoy acá para que me pueda ayudar. Ayúdeme doctor, después de todo usted hizo ese juramento Hipólito del que tanto hablan.

El Dr. Mendizabal se imaginó a Hipólito Yrigoyen tomándole juramento con la constitución en la mano y él con su derecha sobre el libro mientras decía: “Que se rompa pero que no se doble”. Todos somos humanos, los doctores (aveces) también y no pudo contener una pequeña risa.

Claudia, al ver que su diplomacia le fallaba buscó en su cartera una vieja receta. La desdobló con sumo cuidado y la puso en el escritorio frente al doctor. Mendizabal agarró el papel como un borracho agarra una botella después de meses sobrio. Suplicaba una salvación, una luz al final del túnel o el final de su purgatorio. No pudo lamentar más su situación. Dejó caer sus hombros. Dejó la vieja receta sobre la mesa. Con sumo cuidado se sacó los lentes y comenzó a limpiarlos con el guardapolvos. Este pequeño ritual iba acompañado de una cuenta regresiva.

-No voy hacer la receta- rompió el silencio el Dr. Mendizabal.

-Doctor, es imperioso que pueda dormir bien. Soy sola y se acerca el cumpleaños de quince de Rebeca. Tengo que estar presentable, sobre todo porque va a estar mi nuera mirando a todos desde arriba. Ella es de Olivos y mi Martincito es de Palermo. No puedo decepcionar, tengo obligaciones para la nena.

Mendizabal no había elegido ser médico para repartir drogas a viejas estiradas. Su vocación lo había elegido a él, sin pedirle permiso ni concesiones. La paciencia del doctor estaba tocando límite. Extraños son los caminos por donde la ira de un pibe de barrio devenido a médico de “clase bien” podría llevar.

El doctor dejó los lentes sobre el escritorio, suspiró hondo y abrió el cajón a su derecha. Claudia se acomodó un mechón a su posición habitual, se frotó las manos mientras que sus ojos adquirían brillo.

El doctor estiró su mano. Claudia en posición suplicante miraba al borde de un mar de lágrimas de alegría.

El Dr. Mendizabal dejó caer dos bolitas de algodón sobre el escritorio.

-Todas las noches. Una en cada oreja- dijo el doctor.

A mi padre.

Estándar
Cuento

Luna roja

El color de la sangre es negro bajo la luz de la luna, todo cambia durante la noche; el mundo bajo la esfera celeste es un territorio de sombras y oscuridad. En esas sombras, es donde me escondo; en la oscuridad me siento tranquilo. Soy quien vive en el terror de la noche, soy el aullido del depredador, soy hijo de la luna del cazador; pero antes fui un hombre.

 

Recuerdo la luz del sol, el duro trabajo en el campo y mi familia. La noches abrazado al cuerpo de mi amada, escondidos en un mar cálido. La risa de mi hijo y su sonrisa un amanecer en la noche de los pesares de un simple granjero. Era hombre, esposo, padre y feliz. Los recuerdos desgarran mi alma como los colmillos de un depredador, angustia y dolor me encadenan. Todo es pasado, todo es antiguo pero es mio.

 

Mi pasado es mi tesoro, porque mi destino es un camino obligado. No tengo opción, es un impulso primario, un instinto me empuja. La razón no entiende sobre los deberes animales, fui maldito por su mano gentil y odio contemplar su figura. Las noches son peores a los días, bajo los influjos de ella vivo una prisión de dolor. Debo continuar para terminar con ello, debo seguir mi destino prisionero de mis hermosos recuerdos por los senderos dolorosos de la añoranza. Ya no soy hombre, no soy esposo y no soy padre. Soy el hijo de la noche, prisionero de mi futuro.

 

Esa noche maldita sentí su llamado, una urgencia. Le dije que volvería, sus ojos mostraban miedo, traté de tranquilizarla. No sabía qué, pero escuchaba una llamado. Salí al bosque, recorrí un camino que sólo los animales salvajes podían distinguir pero me era familiar. Me estaba esperando, un claro; una roca blanca, un pequeño arroyo. La luna se reflejaba en las tranquilas aguas, su figura me hipnotizó. Se presentó, una mujer de pelo plateado, un vestido ligero cubría su delgado cuerpo; sus ojos demostraban una calma que me aterrorizaba.

 

“Debes recorrer tú destino. Debes seguir tu instinto. Debes aceptar mi bendición” dijo estas palabras y tocó mi frente. Un frió recorrió mi cuerpo, quemaba mi espíritu; símbolos plateados recorrieron mis brazos y pecho; marcas indescifrables, brillaban bajo la tenue luz de la luna. Extendió su brazo y dijo, acéptame y busca quien es tu destino. Extendió su brazo y mostró una espada en equilibrio perfecto sobre su punta, como un ave aguardaba posada sobre la piedra blanca en el arroyo.

 

La tomé y sentí que mi brazo estaba completo, la ferocidad de la bestia me definió; el bosque me aceptó como un hermano y yo lo acepté como igual. Un vacío pareció desaparecer en mi interior, pero otro cubrió su lugar. Debía buscar, debía seguir el camino olvidado. Ella se desvaneció, estaba solo y consumido por la culpa. No podría volver al hogar, no podría ser quien fui. Solo me quedaba una opción, cumplir con mi maldición para volver a ser feliz; para volver a ser hombre, volver a ser esposo y volver a ser padre.

 

Me dirigí al norte, me alejé de mi felicidad y me adentre a mi obligado destino.

Estándar
Cuento

Hotel Atardecer

Ella me dijo que volvería, decidí esperar en el hotel. La ducha estaba demasiado fría o extremadamente caliente, no recuperé fuerzas del viaje. Solo quedaba recostarme en la sucia cama, no corrí la colcha de lana con un estilo de rombos. Una comezón recorría mi espalda, la sola idea de tener que moverme me dolía. Fijé mi atención al amarillento cielorraso, el plafón de la luz era el cementerio de un centenar de insectos.

-Algunas veces es demasiado ver la luz y no querer alcanzarla. Lamentablemente la muerte es lo que espera para aquellos que vuelan por encima de sus limitaciones- pensé.

Era un hotel de mala muerte frente a la ruta provincial 105, un punto inhóspito del mapa donde no existe nada; solo un hotel y una estación de servicio polvorienta. Dos contrucciones y un mar de nada; solo un horizonte desierto que parece infinito. El dueño del hotel es el mismo que el dueño de la estación de servicio, un hombre andrajoso vestido con un overol de trabajo azul con el nombre de “Luis” en su pecho. Nos detuvimos con el Impala, más por necesidad que por deseo. Cuando escapas a toda prisa, no importa el destino solo el camino que recorres. Sin combustible, sin dormir ni comer pareció el paraíso. Estacionamos el auto frente al hotel, nos paramos en el mostrador que tenía de esas campanillas raras. Unos sillones de pana marrón, un mostrador de madera, las llaves colgadas en sus números; del uno al cinco, no mucho. Estos hoteles eran una parada obligatoria cuando los automóviles no tenían la autonomía actual, ahora solo eran una especie próxima a extinguirse que solo la costumbre mantenía vivos. El cartel en la puerta decía “Hotel Amanecer”, me pareció cómico pensar que atardecer sería más adecuado.

 

El señor Luis llegó limpiándose las manos de grasa con un trapo que guardo en el bolsillo. Sin mediar palabras, como un fantasma etéreo pasó entre nosotros; cruzó el mostrador. Nos miró a los ojos y comenzó a actuar. No podía ocultar su media sorpresa, media incertidumbre; pero nos dió la habitación número uno. Nos ofreció llevar nuestras valijas y se alteró un poco cuando descubrió nuestra total falta de equipaje. Al final, solo se encogió de hombros.

-Estoy arreglando un rastrojero. Si necesitan algo, solo hablen. No hay teléfono, pero hay duchas calientes- dijo el señor Luis.

Acostado en la cama, los recuerdos volvían como un sueño. Podía sentirlos retorcerse detrás de ese velo ligero que divide lo consciente de lo onírico. La conocí en el banco, era la mujer del gerente. No se porque le llamé la atención; pero ella se acercó. Su marido estaba más interesado en otras mujeres que en ella; yo solo tenía mi corazón posado sobre su existencia. Recuerdo cuando me dijo que conocía donde su esposo guardaba las llaves, conocía la combinación y sabía que su marido guardaba en la caja fuerte del banco dinero sucio de algunos políticos. Me dijo que no aparecia en ningun libro, en ningun lugar. Cuando la escuché parecía lógico, tomarlo e irse. Sin embargo nada fue tan fácil; su marido algo sabía y nos confrontó. Tuve la suerte de tener el revólver de mi padre cuando sucedió, él la golpeó, ella cayó al suelo; apreté el gatillo. Esperaba algo más importante, más trascendente; pero solo se desplomó. Ella me tomó del brazo y dijo que debíamos hacerlo ahora mismo. Nos subimos a mi Impala, entramos al banco a la mañana temprano antes que llegaran todos los empleados, tomamos el dinero y subimos a la ruta. Ella dijo al sur, yo me dirigí al sur. El maletín se encontraba en el baúl, el comienzo de una nueva vida.

Escuche como el motor arrancaba, no era el rastrojero; me era familiar. Miré la mesa de luz a mi derecha, las llaves no estaban. Aceleraron, las piedras bajo las ruedas saltaban frenéticas; el motor se alejaba rápidamente.

-Ella era mi dama de rojo. Sangre y pasión, destino y deseo. Vivir cuesta- dije con una sonrisa.

Estándar
Cuento

El Errante y el cielo gris

El exterior se desnudaba con brutal dolor; un cielo gris interminable, vestigios de una tormenta.

La tierra mojada, los árboles dolidos por el temporal y la vida continua. Nada había cambiado, solo más agua cayó; un ciclo casi interminable para quien tiene memoria.Tiranos se levantan y caen. Dioses son reverenciados y mueren. Hasta el tiempo tiene un final; pero el ciclo continúa. Todo aquello que tiene vida muere, todo lo que muere perece y es olvidado.

Las nubes parecían distantes, grises y su ira olvidada; la normalidad cubría los campos verdes con su finos lienzos de seda.

Me recosté en la silla, más cómodo miré el horizonte y el paisaje se rodeó. No había ventana, no estaba más la seguridad; en mi imaginación dejaba atrás mi cómodo puesto de observador para tomar parte. Una mentira, nadie podría sacarme de mi cómodo respaldo, del interior de mi casa, de la seguridad que otorga un vidrio intermediariario. El exterior es afuera, el interior es seguro. Y la seguridad es necesario para los portadores de corazones frágiles.

La nubes continúan su escape, el pasto húmedo vive y crece gracias a la furiosa violencia del pasado. El alma de los hombres es similar, necesitamos el dolor y el pesar para caminar. Necesitamos la violencia para crecer. Nada puede nacer de la calma, la paciencia, la espera o la seguridad. Yo, soy el fiel reflejo de ello.

Alguien me espera, alguien espera que salga al exterior pero no lo haré, la calidez de lo habitual es una cadena fuerte. Mi vida es esperar el final, no arriesgar; soy lo seguro y habitual. Los hombres respiran, los hombres crecen y avanzan sobre los suelos peligrosos del progreso. Lo diferente es nuevo y lo nuevo puede traer el sufrimiento. La humanidad requiere de estos faros de luz, exploradores, aventureros y temerarios. Sin embargo son pocos, el resto permanecemos sentados, detrás de la ventana; miramos el paisaje, miramos como llueve desde una confortable sala.  No arriesgamos aquello que no tenemos y no tenemos porque no arriesgamos. El valor es poco en quienes viven la humanidad y no la hacen.

Mi corazón se acelera, una persona camina en el exterior; solo mirarlo genera pavor. Es tal la osadía de mostrarse frente a mi, quien no puede porque no quiere salir. Es tal su osadía que saluda por la ventana, su rostro cubierto en barro, su pelo mojado y una sonrisa ¿Cómo puede sonreír en ese estado? ¿No siente miedo? ¿No es un humano? Nuestros miedos nos definen, nos crean y recrean. El miedo da al sentido común su sentido de dirección. Acaso este hombre que saluda frente a mi no es un hombre porque en su demencia encontró una prisión para sus miedos. No existe hombre sin temor, pero el el temor el que define a los hombres; solo puede ser que eso frente a mi, saludando; no es un hombre.

Cierro mis ojos, busco la calma y al abrirlos no hay nadie. Se fue, sin despedirse continuó. Me siento mejor. Me reclino en mi asiento, miro las gotas de lluvia en la ventana; buscó el horizonte y contemplo las nubes grises.

Una mano se posa sobre mi hombro, familiar.

-Pasó la tormenta- dice una voz detrás.

-Si. Todo volverá a ser como siempre- contestó con calma.

-La normalidad es una pausa en la hermosa telaraña del caos que todo une y todo teje- dice con socarrona burla.

Quiero girar pero la mano hace presión, duele. Me cuello se detiene y mis pupilas se dilatan. La presión no cesa como sus palabras.

-Dichosos aquellos osados que caminan los campos de la muerte y el terror con una sonrisa porque de ellos son los campos floridos. A su muerte sólo encuentran vida, porque su vida fue vivida. Recorre los caminos incansables de las arenas infinitas, mira a los ojos los abismos infinitos para contemplar las inmutables estrellas y cegarte con su luz. Devora el firmamento y su sabiduría inunda el corazón con la fuerza de un mar de inseguridad. Ahoga tus pulmones en las saladas aguas para secar el interminable mar interior. Despierta de tu letargo, Oh Gran Errante y recorre el desierto de la angustia solitaria. Vive para morir y muere para vivir.

La fuerte presión sobre mi hombre se liberó como una brisa. Giré, sobre el respaldo se encontraba reposado como un frágil gorrión las tunicas blancas del Errante; su bastón en un rincón y la puerta al exterior abierta.

-Retomar el viaje que nunca comenzó para terminar jamás.

No pude remediar mi sonrisa, el temor estaba allí pero era mío y me forjaba.

Me vestí con las túnicas ligeras, porté el bastón de viajero y salí. La puerta se cerró detrás, nunca volver, nunca salí; siempre errante.

Estándar
Cuento

Dios y el grillo

Hace mucho tiempo, antes que el tiempo sea tiempo existía un dios aburrido y cansado. Había creado todo en el mundo; la luz y la oscuridad, la felicidad y la tristeza, las bestias y las plantas; el cielo y el mar; las montañas de raíces profundas y las nubes blancas. Todos los días caminaba su creación, todos los días deambulaba meditabundo, aburrido y triste.

En todas su creación no encontraba felicidad. Con sus tiempo libre seguía creando; un ave o un pez, a veces solo una ramificación de un pequeño nogal. Sin embargo, en su mundo, en su inmensa creación no veía nada propio. Intentaba día a día, intentaba sin poder encontrar su propia felicidad. Los animales, las plantas rebosaban de vida; cantaban alegres y vivían dichas vidas. Morían y vivían gracias a la gracia brindada por su bondadoso dios.

El dios cansado y tedioso siempre dormía sobre la misma pradera verde acunado por una dulce brisa mientras las flores silvestres los envolvían en dulces aromas. En silencio lloraba su pena y su dolor, solo sabía crear y crear; vivir para su creación sin formar parte de ella. Un dios no muere, un dios solo es una extensión de su creación en la naturaleza omnipotente, no podría ser como ellos, ante sus ojos era el superior y su superioridad su inferioridad. Se sentía solo, sin nadie a quien amar.

Una noche cálida de primavera bajo la tenue luz de luna llena un ruido llamó su atención, apenas un susurro. Se paró, con calma se buscó y encontró; un pequeño grillo recostado sobre las hojas tiernas cantaba contemplando el firmamento anonadado por su belleza.

-¿A que se debe tanta alegría pequeño?- preguntó el dios

-No es alegría, es tristeza; pero de la triste feliz, de esa tristeza que alegra el alma.

-No existe la tristeza feliz, solo la felicidad y la tristeza; lo dispuse y es.

-La tristeza puede ser dicha y la dicha tristeza- contestó el pequeño grillo

El dios se sorprendió de la osadía del pequeño, nadie lo contrariaba porque el era el dios; pero eso lo aburría y tediaba. Pequeño e insignificante ante su majestuosidad el grillo no sentía miedo o pudor, el grillo hablaba con el corazón y nadie debe negar las palabras con buena intención pronunciadas sea dios o pequeño animal.
-No encuentro sabiduría en tus palabras pequeño grillo. Las cosas fueron creadas como son. No existen dos colores negros, solo un negro.- dijo el dios sin simular una sonrisa.

-Hay tantos negros como personas ven el color. Para algunos es terror o la noche, para otros un recuerdo de un bello sueño y para otros tal vez sea un tierno beso. Para mi el negro es la cueva donde mi madre cantaba mientras yo siendo niño apenas aprendía andar.

-Para ti toda tristeza es alegría.

-No mi señor. Esta tristeza de embriaga mi corazón es alegría; es la tristeza de la muerte de mi padre, un profundo pozo de aguas frías. No volverá y no podré hablarte más; no escucharé sus sabias palabras y no podré mirarle más a sus ojos para ver en su reflejo el pequeño niño que fui alguna vez.

-La muerte de tu padre es triste, puedo escucharla en tu voz, una tristeza profunda y repleta de dolor.

-Dolor, pena, tristeza y más mi señor. La muerte de mi padre es cosa triste y ella me brinda alegría.

-No entiendo pequeño. Alegría en el dolor.

-La vida no sería vida sin la muerte, la muerte es bella porque es el final de la vida. Mi padre no estará mas para mi, pero yo sí estaré para él, en mis recuerdos lo contengo. Su muerte es bella porque es parte de la vida y la vida es bella. Sin ella la vida no tendría sentido, la felicidad sería cenizas en mi boca porque cada instante no valdría la preciada joya que es.

-No entiendo pequeño

-Claro que no entiende mi señor, usted es sólo un insignificante dios.

Estándar
Cuento

Tertulias

Me desperté borracho y asustado, una mala combinación; todo daba vueltas, la cabeza dolía y mi boca estaba seca. Las resacas son espantosas, el cuerpo parece indigno de toda acción, los músculos duelen, respirar duele, punzadas, pérdida de fuerza. Siempre lo peor es la cabeza, los ruidos, más leves que sean, parecen estruendos de violencia descomunal. Todo hombre sobrevivió a una mañana de borrachera, es un rito habitual que se repite constantemente.

 

No habla muy bien de la humanidad repetir un ritual tan denigrante, sus miembros demuestran un completo desinterés por su supervivencia. Existen algunos dignos que son capaces de vivir largas vidas sin tocar el alcohol, pero difícil es para aquellos que viven en la sociedad. Es lamentable, la vida entre los hombres; la vida como un humano socialmente saludable nos obliga a intoxicarnos.

 

Abrazado al inodoro mientras mi cuerpo convulsionaba entre vómitos comprendí una verdad a medias. La noche anterior había desaparecido, no existía; no había nada, solo estática. Me senté en el frío suelo de cerámicos blancos del baño. Cerré mis ojos, hice fuerza; no había nada. Recordaba salir del trabajo el viernes por la noche, mi jefe había viajado a una convención de conchas en Mar del Plata, una reunión de ex compañeras; para hablar sobre ex maridos y pavonearse de éxitos; como despedida me dejó un proyecto sin terminar que debía entregar con suma urgencia. Obviamente, juntó polvo durante un mes en su escritorio y decidió solo darle una semana al mugriento pasante. El crédito es del rey, los peones se desangran en el campo de batalla.

 

Dormí poco, comí peor y el trabajo estaba terminado. Mi seguridad laboral se mantenía intacta, la agria arquitecta podría regodearse de laureles mientras yo podía pagar mi alquiler. El viernes fue un espacio para relajarse, sentía las cadenas libres; el celular sonó, era un mensaje de Polo. Habían pasado tres largas semanas sin tener noticias de mi único amigo, no soy de los que cuidan la amistad como un jardín; soy del estilo de baño público, solo visito cuando hay urgencias.

 

Polo es un personaje singular, desde el primario lo fue; hijo de madre soltera desarrolló durante la adolescencia una conciencia vegetariana, pacífica y hippona. Es de esos mugrientos que se pasan las tarde por los parques hablando de la importancia de los árboles y los pajaritos. Muy extraño que parezca, somos extremadamente diferentes; mi cuerpo es un templo de comida grasosa, café mugriento y con pocas horas de sueño. Nos conocimos como se conocen tantos, en primer grado la maestra nos sentó mujeres por un lado y hombres por el otro; en orden alfabético; Polettti, quien les habla; Polkosnik, el Polo. Nuestra maestra de primero, Hernestina, nos enseño cosas muy importantes; se puede trabajar en un trabajo odioso hasta cumplir los sesenta, que se puede usar dos culo de botellas como anteojos y que la amistad. Verán, en secreto nos reíamos de la vieja Hernestina; su quijada prominente, sos ojos pequeños detrás del cristal y su voz chillona. Entre chiste y chiste, descubrimos un campo en común entre Polo y yo; las bromas.

 

A partir de ese año, caminemos juntos; pasamos la primaria y durante la secundaria terminamos de afianzar el lazo. El tiempo es tiempo, yo me inscribí en la facultad de Arquitectura y el Polo siguió en sinuoso camino de la actuación. A partir de allí descubrimos las distancia y el silencio; trabajo y obligaciones nos fueron distanciando; también yo era el principal culpable, no tenía tiempo entre el trabajo y la facultad para el Polo que parecía ser un espíritu libre. Se podría decir, que perdíamos lentamente la amistad. De hablarnos todos los días pasamos a una vez por semana y después una vez por mes. Peor fue la época Azul del Polo, durante seis meses salió con una feminista demente teñida de Azul. Tuve un incidente que me gusta denominar, “Vagina Dentada”. Con el Polo habíamos quedado en ir a ver una película de cine z con monstruos de plástico y con su típica escena de “mujer gritando con pechos al aire”; lamentablemente Azul (no recuerdo su nombre real) se interpuso. La demente, era una entusiasta del arte y obligó al Polo a ir a una muestra en un museo. Para no dejarlo solo y como no nos veíamos hace tiempo los acompañe. La señorita ya me tenía idea, era vegetariana de esas que son pasivos agresivos con los no vegetarianos; durante todo el viaje del colectivo me explicó como funcionan las granjas de pollo mientras yo intentaba, para mis adentros, recordar la marcha peronista. Entre “los muchachos peronistas” y “viva perón” decía un “aja”; claramente sabía que no le prestaba atención y unas pequeñas llamas parecían emanar de sus ojos. Polo notaba la tensa situación, estaba demasiado prendado de la flaca y necesitaba mantener las aguas calmas; intentó por varios medios desviar la conversación pero Azul seguía insistiendo. La cosa se puso peor cuando llegamos a la muestra, era una mierda. Recuerdo estar parado frente a un cuadro titulado “Desesperación”; el muy patético del artista había pintado todo el puto lienzo de rojo. Era un gran cuadro rojo colgado en una muestra “importante” de arte; no pude contenerme y se me escapó un “El otro día tuve diarrea y me salió algo parecido; no me dió para colgarlo”. La broma no era mala, era del estilo guarro-chavacano post contemporánea que compartimos con el Polo; Azul se puso roja. Cuandos las mejillas de la vaina de pene del Polo comenzaron a cobrar color entendí el título de “Desesperación” y para empeorar a Polo se le escapó una risa. La cosa fue para peor, empezó a gritar y mover la boca; yo solo llegué a darle el pésame a mi amigo con una mirada e hice el internacionalmente gesto de “me voy a la mierda”. Después del incidente, no hablamos por los otros tres meses que duró la relación.

 

Sentado en el baño, busqué mi celular. No había fotos comprometedoras y la última llamada era al Polo a las dos de la mañana. No tenía sentido, habíamos quedado en el bar “Tertulias” que estaba a dos cuadras de mi trabajo; en Belgrano. Nada, estática. Llamé al Polo, tono de espera y no contestó. Consideré que si yo quedé arruinado también podía pasar una situación similar. Dejé pasar el pánico y decidí ver si me heladera todavía escondía algún tesoro. En la pecera el goldfish nadaba boca arriba, tenía que comprar uno nuevo.

 

Llegué a la cocina y abrí la heladera.

 

Y ahí estaba, contemplando; un pollo abierto, crudo, sin piel, con sus patas abiertas. Los recuerdos volvieron como un torrente, la conchuda de mi jefa en una cama de hotel, simil posición; arrugada y esperándome.

 

El celular vibró, un mensaje; “Perdón que no pude ir, me reconcilié con Federica”. Azúl se llamaba Federica, más recuerdos.

 

Mis ojos desorbitados buscaban donde agarrarse, todo daba vueltas. El celular volvió a vibrar; “La pase muy bien ayer ¿Tenes algo para hacer hoy?”, el contacto decía “Jefa”. Todo volvió, esperé al Polo; era tarde y estaba sentado solo en mesa del bar, había pedido un par de cervezas de más, después pasé a la artillería pesada, vodka. Sabía que era demasiado, pero la vista era mala, desde mi mesa se veían parejas. Me sentí solo, pedí otras copas más; pedí mi némesis, tequila. Desprotegido, débil y mal herido; me encontró mi jefa. Me contó que tuvo que volver antes porque no toleraba ver a los ojos a su mejor amiga y recordar que la había engañado con su marido. No aguantó más, no quería volver a la casa a simular y decidió pasar por la oficina, pero sentía sola y con ganas de tomar algo para ahogar las penas. A partir de ahi todo salió mal, la soledad no se mezcla con alcohol; demasiado explosivo. Me arrastró a un hotel cercano; mil lágrimas surcaron mi rostro.

 

“El olvido es una bendición para los hombres” dije con dolor en el alma.

“¿Cómo mierda salgo de esta?” le pregunté al Goldfish.

 

Estándar
Cuento

Entrar afuera

El reloj marcaba las tres y media, pero en realidad era más tarde. Timoteo siempre tuvo la mala costumbre de retrasar los relojes de la casa; decía que era “para ganar algo de tiempo”. Muchas veces las cosas que Timoteo decía o hacía no corresponden a lo que realmente hacía o decía. Algunos entendidos en la materia, dirían que es un disléxico de la acción; no es un pecado decir algo y hacer otra cosas. Al contrario de lo que piensa el consciente colectivo, es habitual caer en ese pequeño errorcillo. Sin embargo, Timoteo era un exaltado en la materia, un inventor de nuevos métodos, un genio en su género y un hombre fuera de serie.

 

Recuerdo esa extrañas vacaciones cuando lo conocí en las playas de Necochea. En esas épocas, era un joven de unos veintipico de años; la facultad me tenía a mal traer y mi cabeza parecía no conocer el norte. Ese verano, decidí viajar y relajarme; encontrarme nuevamente. En el fondo, estaba diciendo algo y esperaba otra cosa; en realidad lo que necesitaba era un nuevo par de piernas para olvidarme de Ernestina. La suerte, tanto mala o buena; me cruzó al orejon, narigón y extravagante Timoteo. Por extraño que parezca, no me arrepiento.

 

A fuego se grabó nuestro primer encuentro.

 

Caminaba por la playas enormes desoladas; no era un día para playa; en los quince días de mis vacaciones ni un solo día lo fue, frío y nublado, una mierda realmente. Cansado de perder tiempo sentado en la puerta de la carpa que le pedí prestada a mi hermano en un camping donde la guitarra de hippies no para de desentonar la misma canción sobre arañar piedras y una balsa de mierda; salí a caminar. Cuando uno está en un lugar turístico frente al mar, termina caminando frente al mar; es tonto no hacerlo pero también no preguntarse por qué no ir a otros lugares.

 

Mientras andaba, con frío; mojado por esa lluvia que no se decide si mojar o escupir encontré a Timoteto. Estaba sentado sobre la escollera, en un banquito con una caña de pescar y en malla. El joven parecía no entender el clima, sin embargo su cuerpo le mostraba la realidad; sus labio estaban morados, su piel como una gallina y tiritaba. La imagen me preocupó, temía que se tratara de un paciente de un nosocomio y sentí un poco de responsabilidad cívica. Obviamente, la primera idea fue salir y dejar al hombre morirse de frío, la hipotermia es cosa seria pero más serio es terminan complicando la vida sin necesidad; pero algo me dijo que me acercara.

 

-¿Qué estás haciendo?- dije mientras intentaba aproximarme saltando sobre las piedras mientras el mar embravecido embestía las rocas.

 

-Pesco- dijo Timoteto con total tranquilidad mientras sus dientes chirriaban.

 

-Pero el clima, el frío y… ¿Porque así vestido?

 

-Es verano, hace frío; acaso la gente cuando hace frio no se abriga. Pescar me aburre increíblemente, por eso decidí venir aquí. En realidad prefiero la cordillera al mar, pero después de todo me regalaron un pasaje a La Falda; sin embargo me gusta eso de andar de prestado; entonces me pagué un pasaje en tren a Necochea, caro sin necesidad, para encontrar un espacio tan hermoso como el mar que tanto odio. Mi tio se ahogó en el mar, lo quería mucho al desgraciado ese.

 

Esas fueron las primera palabras que compartí con él. A partir de allí fue todo cuesta abajo, ya sea por obligación moral o gusto terminamos amigos. Estoy totalmente seguro que él me odia con todas sus entrañas, pero no puede no considerarme su amigo.

 

Hay personas singulares y plurales, Timoteto es uno más del montón.

 

Estándar